jueves, 7 de noviembre de 2013

SANTOS MÁRTIRES DEL PARAGUAY

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SAN JUAN DEL CASTILLO (1596-1628)

Es el único santo canonizado que haya vivido en Chile. Como estudiante jesuita estuvo en Santiago y ejerció el magisterio por tres años en la ciudad de Concepción.

Nacimiento y patria

Nace en Belmonte, España, el día 14 de septiembre de 1596. Sus padres, Alonso del Castillo y María Rodríguez se cuentan entre las personas importantes y adineradas de la ciudad. Una semana después recibe el sacramento del bautismo en la Colegiata de la villa. Por ser el primogénito recibe el nombre del abuelo paterno.

Después de él, los padres tienen nueve hijos. Sus hermanas Juana, Jerónima y Jacinta ingresan como religiosas de clausura en el convento de las Concepcionistas franciscanas de Belmonte. Don Alonso, el padre, es el Corregidor de la villa.




Alumno de los jesuitas

Los padres de Juan se esmeran por formarlo muy cristianamente. Desde joven estudia en el Colegio de la Compañía de Jesús en su ciudad natal.

El Colegio ha sido fundado por san Francisco de Borja. "El Señor sea servido de poner gente de la Compañía, porque tengo particular esperanza de Belmonte". El Colegio tiene más de cuatrocientos alumnos, no sólo del pueblo, sino también de los lugares de la comarca.

Uno de los maestros de Juan es el P. Diego de Boroa quien va a ser más tarde su compañero de misión en las Reducciones guaraníes jesuíticas.

Discernimiento vocacional

En el Colegio conoce y lee con gusto las cartas de San Francisco Javier, el gran apóstol de la Compañía de Jesús. A través de esas cartas y bajo la dirección de los jesuitas hace su discernimiento vocacional.

Después estudia derecho en la Universidad de Alcalá, un año, para dar gusto a sus padres.

El 21 de marzo de 1614 ingresa a la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Madrid. El P. Boroa dice: "Se ejercitaba en los oficios más humildes y trabajosos de la Compañía, de cocinero, panadero y hortelano".

Ofrecimiento para las misiones

Después del noviciado y sus votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, Juan es destinado al Colegio de Huete para iniciar los estudios de filosofía. Es otro Colegio también fundado por el incansable San Francisco de Borja.

Recién iniciado el curso de 1616, escucha allí al Procurador del Paraguay y Chile, el P. Juan de Viana, quien tiene la misión de llevar refuerzos a las Indias de occidente. El padre Procurador pondera la abundancia de la mies americana, las penas y fatigas de los misioneros y señala la esperanza de un martirio. Juan se ofrece. Logra de sus superiores que se le cambie su destino al Perú por el más duro de Chile y Paraguay. Es aceptado.

El viaje a las Indias

El 2 de noviembre de 1616 inicia el viaje al continente americano en el gran puerto de Lisboa.

A bordo traba amistad con el joven jesuita Alonso Rodríguez, de Zamora, quien también viaja en la misma expedición de misioneros. Tiene éste dos años menos, pero los deseos son los mismos.

Buenos Aires y Córdoba

Entre mareos y tormentas, entre calmas y calores, llegan al puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 15 de febrero de 1617. Descansan unos días en el Colegio, los necesarios para reponer las fuerzas. El Colegio es modesto, pero para los viajeros la caridad de recibimiento los llena de consolación.

Desde Buenos Aires los dos estudiantes jesuitas viajan a la ciudad de Córdoba del Tucumán, al Colegio Máximo, para terminar allí sus estudios de filosofía. Es un caminar cansino, a través de la inmensa pampa argentina. La carga y los libros van en carretas tiradas por bueyes y ellos montan a caballo.

Con su amigo Alonso Rodríguez, Juan mira, asombrado, la inmensidad sin horizonte. A veces, a lo lejos, observa, con algún entusiasmo y temor, a los indios pampas que sienten invadido el territorio.

En la docta y universitaria ciudad de Córdoba, Juan del Castillo es un muchacho que no pierde el tiempo. No se distingue mucho en los estudios. La salud no parece buena. El duro clima de la ciudad lo agota más de la cuenta. Tiene, por cierto, mejor éxito en los cortos apostolados entre los pobres de la ciudad y sus alrededores.

En el silencio y la oración, se decide a trabajar en esta América que ya empieza a querer.

Destino a Chile

En los finales de 1619, al terminar la filosofía, es destinado a la ciudad de Concepción, en el vecino país de Chile. Es la experiencia de magisterio.

Tal vez influye en los superiores el hecho de que el otro lado de la cordillera tenga un mejor clima. Juan ahí, sin duda, podrá reponerse.

Los informes de los superiores no lo favorecen. Las expresiones lacónicas poco dicen: "Es mediano de inteligencia y también en la prudencia. La experiencia es poca. El progreso en el estudio de filosofía es mediocre. Pero es capaz de enseñar gramática".
Eso último es suficiente para su magisterio en Chile, en el muy modesto Colegio de Concepción.

Antes de viajar conversa muy largamente con el jesuita Alonso de Ovalle y Manzano. El es nacido en Santiago de Chile y estudia ahora en la ciudad de Córdoba. Ovalle conoce bien los paisajes, las costumbres y los habitantes de su país. Juan, a través de Alonso, empieza a amar ese último rincón de la tierra.

Otro largo viaje. A caballo y en carretas, termina por atravesar la pampa. Está  contento. Puede decir que la conoce ahora casi entera.

Unos pocos días descansan los viajeros en la ciudad de Mendoza, en la Residencia y el pequeño Colegio de la Compañía. Ya están en Chile, el cual comienza en la Provincias de Cuyo. Pero Juan y los otros jesuitas que viajan a Santiago parecen impacientes por continuar y atravesar la imponente cordillera.

El cruce de la cordillera

El cruce de la gran cordillera de los Andes, lo hacen en mula y a pie, entre cuestas y precipicios enormes. El sendero va por la ladera escarpada, tan estrecho que apenas cabe la mula. Una de las bestias pisa mal y cae con su carga hacia el río que corre en lo profundo. Es un ruido que aterroriza.

La admiración de Juan parece infinita. Sus ojos, incansables, recorren, uno a uno, los paisajes. Agradece a Dios esas alturas con nieves eternas, esos saltos sonoros de las cascadas, los ríos correntosos.

Al bajar de las cimas, empiezan los viajeros a recorrer el valle del río Aconcagua. Algunos Padres del Colegio han venido a recibirlos. Juan se maravilla de los campesinos tan tranquilos, de sus campos y los frutos. Será una hermosa experiencia la del magisterio en Chile.

Santiago de Chile

Santiago, la capital de Chile, lo recibe sonriendo. El gran Colegio de San Miguel, tan junto a la catedral, es ahora su casa. Los jesuitas chilenos insisten. Es necesario descansar, conocer los alrededores y prepararse para el largo viaje al sur. El joven jesuita no se cansa de agradecer a Dios por la caridad de sus hermanos.

Los jesuitas han llegado a Chile en 1593. Desde un comienzo educan en la capital y son misioneros. Los indios mapuches son los preferidos. Los catequizan en los alrededores y hacen excursiones hacia el sur. Aprenden la lengua y establecen catequistas con el nombre de "fiscales" para asegurar el fruto.

Desde 1608 forman una Provincia independiente con jurisdicción en Chile, Buenos Aires, Tucumán y el Paraguay. El provincial Padre Pedro de Torres Bollo vive en Santiago, pero la Provincia tiene el nombre del Paraguay. El Noviciado, que estuvo en los comienzos en Santiago, está  ahora en la ciudad de Córdoba.

Ese mismo año se ha celebrado en Santiago la primera Congregación provincial. Los jesuitas se muestran muy contentos con los resultados. Sus decretos son notables, especialmente los referentes a los indios, a la abolición de la esclavitud, a la supresión del servicio personal y al modo de evangelizar. Juan escucha. Se admira de los inicios de las misiones en Arauco y Chiloé, en el extremo sur. Se siente bien con esos nuevos amigos. Con los jesuitas jóvenes recorre la ciudad y los alrededores.

Concepción, la capital del sur

Un mes después, poco más que menos, inicia su peregrinación al sur. Hasta la ciudad de Concepción son otros 500 kilómetros. Lo normal es hacerlo a caballo y por etapas. El camino es malo, pero no hay en él, el peligro de los indios en guerra. La lucha, entre españoles y mapuches, se desarrolla al sur de Concepción.

La ciudad está  junto al mar, en una tranquila bahía en el puerto de Penco. Es el bastión ubicado en la frontera. Esta es la causa del por qué vive en ella el Gobernador del Reino.

Concepción tiene un Colegio. Es muy reciente. Lo ha fundado el célebre jesuita P. Luis de Valdivia hace seis años, en 1614.

La guerra defensiva y los mártires de Elicura

Al llegar Juan a su destino todo parece estar en calma. El excelente rector Padre Juan Romero lo abraza con cariño. La primera misión, que da al recién llegado, es descansar.

Las veladas comunitarias son agradables. El clima, el suave murmullo del mar, los lomajes siempre verdes, los ríos y la gente, ayudan a la paz y a la oración.

A los pocos días ya conoce con detalles la historia de los mártires de Elicura. Son tres jesuitas que, por obediencia, se internaron en el país de los mapuches. La guerra parecía haber terminado. Únicamente la guerra defensiva está  permitida.

Ese fue el mejor logro y la gloria del P. Luis de Valdivia, el fundador del Colegio.

Los Padres Martín de Aranda Valdivia, Horacio Vecchi y el Hermano Diego de Montalbán fueron elegidos para la difícil misión de predicar el Evangelio entre los mapuches. El primero es chileno, el segundo italiano y el tercero, español o mejicano. Los elige el Superior porque ellos se han distinguido como los mejores defensores de los derechos del pueblo mapuche, de la mujer y de la paz. Los tres deciden entrar sin armas, sólo con la cruz.

Martín ha nacido más al sur, en Villarrica, a la sombra de un volcán que aún humea. Se inició en la carrera de las armas casi siendo un niño.

En plena juventud, Martín asciende a capitán y el Virrey del Perú lo envía como Corregidor de Riobamba en Ecuador. Los informes del soldado son, pues, excelentes.

En uno de sus viajes a Lima, por razones de su cargo, se decide a hacer los Ejercicios espirituales del Fundador de los jesuitas. Después de terminarlos, ingresa a la Compañía de Jesús en la ciudad de los Reyes. Martín tiene treinta y dos años. En Lima también, recibe la ordenación sacerdotal. Martín regresa a Chile, en 1607, al crearse la Provincia del Paraguay, separada de la del Perú.

Horacio Vecchi es un italiano que también llega a Chile en 1607. Es también sacerdote.
Diego de Montalbán es un soldado. Ingresa en la Compañía de Jesús en Chile. En la hora de su muerte todavía es un novicio.

Juan del Castillo se impone del desenlace de esa misión por obediencia. Un cacique descontento, Ancanamón, les ha dado muerte en el pequeño valle de Elicura, el 14 de diciembre de 1612. La causa del martirio es de todos conocida. Martín de Aranda, Horacio Vecchi y Diego de Montalbán defendían los derechos de dos mujeres españolas, cautivas, que defendían su religión.

Los restos de esos mártires están en el Colegio. Juan los venera.

El magisterio

El célebre historiador jesuita P. Miguel de Olivares, acostumbrado a la objetividad de los hechos, conoció a Juan del Castillo personalmente. De él son estas notas valiosas:

"Juan del Castillo se ocupó en el ejercicio de leer Gramática e instruir a la juventud en buenas costumbres. También enseñó las primeras letras a los niños, teniendo a su cargo la Escuela, con mucho cuidado, humildad y aprovechamiento. Entre los muchachos que tuvo a su cargo fueron dos los más señalados: el hijo del Gobernador Alonso de Rivera, y el del Maestre de campo Alvaro Núñez de Pineda. Como lo veían todos tan modesto y virtuoso, le tenían gran respeto y estimación".

El Gobernador Alonso de Rivera es ahora el campeón de la guerra ofensiva. La muerte de los jesuitas en Elicura es el argumento que esgrime para fomentar la lucha. Los jesuitas y Juan del Castillo forman al hijo con la esperanza de tiempos futuros, en pro de la paz. Francisco Alvarez de Pineda, el hijo del Maestre de campo, muestra excelentes condiciones en el escribir literario. Juan del Castillo lo cultiva con esmero. Su célebre poema "El Cautiverio feliz" lo llevará a la gloria.

Un recorrido por misiones de indios

De este Colegio de Concepción dependen las misiones entre mapuches de Arauco y Buena Esperanza. Cuando llega la peste de la viruela y se ceba entre los indios, a Juan le es permitido viajar al territorio de la misión. De rancho en rancho, por valles, cerros y quebradas, recorre y ayuda a los enfermos con remedios y alimento. Es un iniciarse que lo llena de gozo.

Otro verano acompaña a un misionero por la falda de la cordillera, hasta llegar al río Maule, pasando por la ciudad de Chillán.

En Concepción Juan permanece casi tres años. El P. Olivares pone de relieve la suavidad de su trato y el acendrado amor a la Virgen María.

Los informes, al término de la experiencia de magisterio, son mejores. El parecer de mediano y mediocre se cambia por el de bueno. "Bueno en ingenio y juicio", y se añade una nota sobre su "temperamento vivo". Los jesuitas del lado occidental de la cordillera parecen captar mejor las condiciones de Juan.

La teología cordobesa

Terminado el magisterio en Chile, Juan del Castillo es destinado a teología. Nuevamente debe pasar por Santiago, cruzar la cordillera, llegar a Mendoza y terminar en la ciudad de Córdoba.

Su amigo, Alonso Rodríguez se le ha adelantado. Con gozo conversan, interminables, las experiencias recién pasadas. Juan del Castillo puede ahora entusiasmar al amigo con las historias de los indios.

El calor de Córdoba lo agota. En los informes nuevamente hay una nota que no lo favorece. Hace "muy medianamente" el último año de teología.

Recibe la ordenación sacerdotal el último día del mes de noviembre de 1625. La primera misa la celebra en la octava de la Inmaculada.

Destino al río Uruguay

En 1626 Juan y su amigo Alonso Rodríguez son destinados a las nuevas fundaciones del río Uruguay.

Ha rogado a Dios, ha suplicado tanto a los superiores. En un momento ha tenido miedo de que su débil salud pudiera ser un obstáculo. Se ha preparado, también, en el idioma guaraní. Los tiempos libres cordobeses han sido para la lengua paraguaya. La vida dura del misionero no le asusta.

El juicio del P. Diego de Boroa es excelente: "Su fervor es grande, su observancia es completa. Su celo se manifiesta en el tesón por aprender la lengua guaraní. Su afabilidad y mansedumbre entusiasman a todos. Es bondadoso, desprendido y puro, amable de Dios y de los hombres".

Una carta del santo

En la Colegiata de Belmonte se conserva una carta de Juan a su padre Don Alonso.

"Con mucho deseo he querido este año recibir cartas suyas. Casi había perdido las esperanzas por estar el puerto de Buenos Aires cerrado y el comercio de Lisboa tan impedido.

De mis cosas le doy cuenta. En el mes de septiembre del año pasado de 1625 me ordené de subdiácono y después de dos meses salí ordenado de sacerdote.

Dije mi primera misa ocho días después de la fiesta de la Inmaculada. La ofrecí por Ud. y por la señora, mi madre, como obligación tan debida. Muy a menudo ofrezco misas por Uds. y mis abuelos, paternos y maternos. Mis estudios los acabaré dentro de cuatro meses. Después subir‚ a las misiones de Paraguay, a trabajar y morir entre ellos.

El portador de esta carta es el P. Gaspar Sobrino quien va a Roma como Procurador. Me ha dado su palabra de que se verá con Ud. y que irá a Belmonte a sólo esto.

El año pasado le escribí acerca de mi hermano Melchor. Lo encomiendo muy de veras a Nuestro Señor. Yo confío que Ud. lo gobierne con amor, que ése es el camino más ordinario por donde la gente moza se gobierna. Cuando Ud. me escriba le ruego me avise cómo van mis hermanas, las monjas, y qué se determina sobre Diego, si quiere ser de la Compañía. Muy en particular le ruego escribirme de cómo le va a mi hermana Catalina con Pedro, su marido, y si tienen hijos. De todo me holgaré mucho.

Yo quisiera enviar los mejores regalos del mundo, pero esta tierra es tan pobre que antes convida a pedir que a dar. De Córdoba 8 de marzo de 1626. Indigno hijo, Juan.

Post data. Hoy los superiores me han señalado para las misiones del Paraguay. Saldré de aquí, el 13 de junio, para esta empresa de pelear con indios gentiles. Allí se me ofrecerán muchas ocasiones de larga paciencia".

En la Reducción de San Nicolás

El P. Juan Bautista Ferrufino dice en el proceso:

"En la Reducción de San Nicolás, Juan se empleó en la educación católica de aquella reciente cristiandad, con más medro del pueblo que de su salud. Habiéndola perdido, por esas cristianas ganancias, fue menester que la obediencia lo sacara a convalecer. Pero apenas recobró las fuerzas, y juzgándolas inútiles para otras ocupaciones, quiso consumirlas  en su reducción más que en el ocio del retiro religioso. Volvió a San Nicolás".

Es interesante el fragmento de la carta que conservamos del P. Juan del Castillo a su antiguo profesor el P. Diego de Boroa.

"Nos consolamos harto al vernos por amor de Dios, Nuestro Señor, en partes tan remotas y apartadas. Ambos nos acomodamos en la choza, con unos apartadizos de caña. Con lo mismo está  atajada la capilla, poco más ancha que el altar.

En esta casita vivimos con mucha necesidad, porque el frío no tiene defensa. Era tanto que nos quitaba el sueño. La comida es un poco de maíz cocido, o harina de mandioca que comen los indios. El trabajar es de todo el día, sudando hasta podrir la camisa en el cuerpo. El caminar, las más de las veces es a pie, por haberse muerto los caballos. La enfermedad en nuestra Reducción es tan grande que las casas de los indios parecen hospitales. Lo que más me aflige es no tener qué darles de comer, porque el mayor regalo que puedo darme es una o dos espigas de maíz.

Es indecible cuánta virtud se necesita para catequizar a los indios. Yo tenía reunidas cuarenta familias, cuando algunos salvajes empezaron a probar mi paciencia.

Por nada del mundo me apartar‚ del camino que debo seguir. Ojalá tuviera las virtudes del P. González y entonces yo sería digno de apacentar este rebaño".

La Reducción del Yjuhí

Algunos caciques de las orillas del río Yjuhí, afluente oriental del Uruguay, ofrecen construir casa y capilla para los misioneros.

Continúa el testimonio del P. Ferrufino: "El Padre Roque lo eligió para la nueva Reducción, y así los dos partieron a tomar la posesión en nombre de Jesucristo, poniendo el título de su glorioso estandarte en las tierras de Ñezú. El 15 de agosto de 1628, día de la Asunción de Nuestra Señora dan nombre a ese pueblo con el sacrificio santo de la Misa".

El Padre Roque elige el sitio. El Padre Juan del Castillo, por decisión del superior, queda en Yjuhí, solo, como padre, párroco y maestro.

Roque, el "Paí guazú", el Padre grande, entrega todos sus poderes al "Paí miní", el Padre chico.

En octubre Roque y Alonso siguen viaje para fundar, no muy lejos, otra misión en el Caaró.

"Lo que allí pasó el P. Juan del Castillo en trabajos, por la ferocidad intratable de aquella gente no acostumbrada a los preceptos evangélicos ni a las leyes humanas, sólo lo creerá aquel que se sienta solo, sin consuelo y sin amigos".

Sus Compañeros en el Caaró

El 1 de noviembre, en el Caaró, Roque González levanta la cruz y bautiza a tres niños. Consagra la Reducción a "Todos los Santos".

Desde ese día, hasta el quince, una gran parte de los caciques comarcanos visita a los Padres Roque y Alonso. Vienen a tratar los medios para establecerse en la Reducción. Todo parece marchar muy bien.

Sin embargo el cacique principal de Yjuhí, llamado Ñezú, se opone. Es una oposición tenaz al plan del P. Roque. No tolera abandonar la hechicería, ni la poligamia, ni convertirse al cristianismo.

Ñezú hace junta con los suyos en su poblado de Yjuhí y los persuade para eliminar a los Padres. Así podrán ellos dejar la fe cristiana. Finge acatamiento.

Envía al cacique Caarupé y a otros dos indios al Caaró. La orden es matar a los Padres Roque González y Alonso Rodríguez.

El martirio de Roque

El cacique Caarupé y su gente asisten, el 15 de noviembre de 1628, a la misa y a la ceremonia solemne de  instalación de la campana.

El Padre Roque termina la santa misa. De rodillas da la acción de gracias. Un muchacho paraná, entretanto, hace los agujeros en el mástil.

El Padre Roque sale de la capilla, sonríe y se inclina para dejar bien atado el badajo. Al verlo en esa posición, Caarupé hace una señal al indio Maranguá. Este descarga sobre la cabeza del Padre un golpe con el itaizá, o hacha de piedra. La muerte es instantánea.

El martirio de Alonso

El joven paraná, horrorizado, corre a donde está  el P. Alonso Rodríguez que se prepara a su vez para la misa. Al ruido y alboroto, ya está  en la puerta de la iglesia. Sólo alcanza a decir: "¿Qué han hecho, hijos, qué hacen?".

A golpes de itaizá  le deshacen el cráneo. Cae muerto en la misma puerta de su querida capilla. El muchacho paraná monta en su caballo veloz y huye a Candelaria.

Caarupé vuelve hacia el cadáver de Roque. A golpes de itaizá  le destruye la cara. Los dos cuerpos son introducidos en la iglesia. Destruyen y roban.

La imagen de la Virgen, la Conquistadora, queda en jirones, el cáliz en pedazos, el misal destruido y el crucifijo roto. Después Caarupé pone fuego a la casa y a la iglesia.

Un cacique, amigo de los padres, protesta. También él es muerto a golpes de itaizá. Todo es quemado.

Después, dos emisarios, en veloz carrera, se dirigen a Yhují a dar la noticia al gran jefe Ñezú. Caarupé y sus indios van hacia la Reducción Candelaria para matar a los otros jesuitas.

El martirio de Juan 

Después del martirio de los Padres Roque González y Alonso Rodríguez en la Reducción de Todos los Santos en el Caaró, los caciques seguidores de Ñezú se presentan, después de dos días, en la Reducción de la Asunción de Yjuhí.

Son las tres de la tarde. Juan está  a la puerta de su choza rezando el breviario. ¿Qué te dice el libro? le preguntan. Juan contesta: "Nada, estoy rezando". Ellos dicen: "Aquí te traemos a estos indios forasteros para que les des anzuelos".

La narración de los hechos pertenece a un testigo presencial, Pablo Arayú. La hace con juramento:
"Preguntado si se halló presente cuando echaron mano y prendieron al Padre, respondió que sí. Preguntado si se halló presente cuando lo mataron, respondió que sí, que vio cuando lo arrastraron y lo mataron en el lodazal.

El Padre estaba matriculando a un cacique llamado Chetihagu‚ y su gente y les di anzuelos y alfileres. Después el viejo cacique Quarabí mandó a un cacique, llamado Araguirá, que embistiera al Padre. Él lo hizo. Lo abrazó por la espalda y le torció los brazos. Así lo arrastraron hacia el bosque. Le rasgaron la ropa, sólo dejaron una media y las mangas en los brazos.

Un indio, llamado Mirungá, lo derribó en tierra. Le pusieron dos cuerdas en las muñecas y lo arrastraron por el bosque. Desconcertaron un brazo. Otro indio, llamado Tacandá, con una maza de piedra lo golpeó varias veces en el vientre. Lo siguieron arrastrando, hasta un lodazal. Iba todo desgarrado, hecho sangre.

Allí le destrozaron con una piedra grande la cabeza. Después quebraron los huesos y lo dejaron diciendo: déjenlo para que se lo coman los tigres. El no estuvo con los que quemaron el cuerpo, cuando volvieron en la mañana siguiente.

Preguntado de lo que hizo y dijo el Padre cuando lo prendieron y mataron, respondió: Cuando le echaron mano, hizo fuerza por soltarse. Dijo: Hijos, ¿qué pasa, qué es esto? Mientras lo tenían asido, llamó a los amigos en su favor. Cuando lo arrastraban le oyó decir: ¡Ay, Jesús! Y otras palabras en su lengua que no entendió. Cuando le rompían la ropa pedía que se la sacaran poco a poco.

Después entraron en su casa e iglesia. Repartieron entre ellos las cosas pequeñas. Los ornamentos sagrados se los llevaron a Ñezú".

Esta narración concuerda con la de otros cinco testigos con juramento, todos presentes.

La glorificación

Juan repartió su vida jesuita casi por igual: tres años en España, seis en Córdoba del Tucumán en dos etapas iguales, tres en Chile y casi tres en Uruguay.

Los procesos de su causa se iniciaron pronto. En Asunción, Buenos Aires y Corrientes. Los decretos del papa Urbano VIII les impidieron avanzar. La supresión de la Compañía de Jesús casi los pone en el olvido.

En este siglo, el P. Francisco Ginebra, en Santiago de Chile, retoma la Causa.

Juan del Castillo fue beatificado en Roma por el papa Pío XI el día 28 de enero de 1934 junto a sus compañeros Roque González y Alonso Rodríguez.

El papa Juan Pablo II decidió efectuar la canonización de los "tres santos mártires", solemnemente, en Asunción del Paraguay, cuna de las Reducciones jesuitas. La ceremonia con inmenso gentío tuvo lugar el día 16 de mayo de 1988.


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