SAN JUAN DEL CASTILLO (1596-1628)
Es el único
santo canonizado que haya vivido en Chile. Como estudiante jesuita estuvo en Santiago
y ejerció el magisterio por tres años en la ciudad de Concepción.
Nacimiento y
patria
Nace en Belmonte, España, el día 14
de septiembre de 1596. Sus padres, Alonso del Castillo y María Rodríguez se
cuentan entre las personas importantes y adineradas de la ciudad. Una semana
después recibe el sacramento del bautismo en la Colegiata de la villa. Por ser el
primogénito recibe el nombre del abuelo paterno.
Después de él, los padres tienen
nueve hijos. Sus hermanas Juana, Jerónima y Jacinta ingresan como religiosas de
clausura en el convento de las Concepcionistas franciscanas de Belmonte. Don
Alonso, el padre, es el Corregidor de la villa.
Alumno de los
jesuitas
Los padres de Juan se esmeran por
formarlo muy cristianamente. Desde joven estudia en el Colegio de la Compañía
de Jesús en su ciudad natal.
El Colegio ha sido fundado por san
Francisco de Borja. "El Señor sea
servido de poner gente de la Compañía, porque tengo particular esperanza de
Belmonte". El Colegio tiene más de cuatrocientos alumnos, no sólo
del pueblo, sino también de los lugares de la comarca.
Uno de los maestros de Juan es el P. Diego de Boroa
quien va a ser más tarde su compañero de misión en las Reducciones guaraníes jesuíticas.
Discernimiento
vocacional
En el Colegio conoce y lee con gusto
las cartas de San Francisco Javier, el gran apóstol de la Compañía de Jesús. A
través de esas cartas y bajo la dirección de los jesuitas hace su
discernimiento vocacional.
Después estudia derecho en la
Universidad de Alcalá, un año, para dar gusto a sus padres.
El 21 de marzo de 1614 ingresa a la
Compañía de Jesús, en el Noviciado de Madrid. El P. Boroa dice: "Se ejercitaba en los oficios más humildes y
trabajosos de la Compañía, de cocinero, panadero y hortelano".
Ofrecimiento
para las misiones
Después del noviciado y sus votos
religiosos de pobreza, castidad y obediencia, Juan es destinado al Colegio de
Huete para iniciar los estudios de filosofía. Es otro Colegio también
fundado por el incansable San Francisco de Borja.
Recién iniciado el curso de 1616,
escucha allí al Procurador del Paraguay y Chile, el P. Juan de Viana, quien
tiene la misión de llevar refuerzos a las Indias de occidente. El padre
Procurador pondera la abundancia de la mies americana, las penas y fatigas de
los misioneros y señala la esperanza de un martirio. Juan se ofrece. Logra de
sus superiores que se le cambie su destino al Perú por el más duro de Chile y
Paraguay. Es aceptado.
El viaje a las
Indias
El 2 de noviembre de 1616 inicia el
viaje al continente americano en el gran puerto de Lisboa.
A bordo traba amistad con el joven
jesuita Alonso
Rodríguez , de Zamora, quien también viaja en la misma
expedición de misioneros. Tiene éste dos años menos, pero los deseos son los
mismos.
Buenos Aires y
Córdoba
Entre mareos y tormentas, entre
calmas y calores, llegan al puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 15 de
febrero de 1617. Descansan unos días en el Colegio, los necesarios para reponer
las fuerzas. El Colegio es
modesto, pero para los viajeros la caridad de recibimiento los llena de
consolación.
Desde Buenos Aires los dos
estudiantes jesuitas viajan a la ciudad de Córdoba del Tucumán, al Colegio
Máximo, para terminar allí sus estudios de filosofía. Es un caminar cansino, a
través de la inmensa pampa argentina. La carga y los libros van en carretas
tiradas por bueyes y ellos montan a caballo.
Con su amigo Alonso Rodríguez ,
Juan mira, asombrado, la inmensidad sin horizonte. A veces, a lo lejos,
observa, con algún entusiasmo y temor, a los indios pampas que sienten invadido
el territorio.
En la docta y universitaria ciudad
de Córdoba, Juan del Castillo es un muchacho que no pierde el tiempo. No se
distingue mucho en los estudios. La salud no parece buena. El duro clima de la
ciudad lo agota más de la
cuenta. Tiene , por cierto, mejor éxito en los cortos
apostolados entre los pobres de la ciudad y sus alrededores.
En el silencio y la oración, se
decide a trabajar en esta América que ya empieza a querer.
Destino a
Chile
En los finales de 1619, al terminar
la filosofía, es destinado a la ciudad de Concepción, en el vecino país de
Chile. Es la experiencia de magisterio.
Tal vez influye en los superiores el
hecho de que el otro lado de la cordillera tenga un mejor clima. Juan ahí, sin
duda, podrá reponerse.
Los informes de los superiores no lo
favorecen. Las expresiones lacónicas poco dicen: "Es mediano de inteligencia y también en la prudencia. La
experiencia es poca. El progreso en el estudio de filosofía es mediocre. Pero
es capaz de enseñar gramática".
Eso último es suficiente para su
magisterio en Chile, en el muy modesto Colegio de Concepción.
Antes de viajar conversa muy
largamente con el jesuita Alonso de Ovalle y Manzano. El es nacido en Santiago
de Chile y estudia ahora en la ciudad de Córdoba. Ovalle conoce bien los
paisajes, las costumbres y los habitantes de su país. Juan, a través de Alonso,
empieza a amar ese último rincón de la tierra.
Otro largo viaje. A caballo y en
carretas, termina por atravesar la pampa. Está contento. Puede decir que la
conoce ahora casi entera.
Unos pocos días descansan los
viajeros en la ciudad de Mendoza, en la Residencia y el pequeño Colegio de la Compañía. Ya están en
Chile, el cual comienza en la Provincias de Cuyo. Pero Juan y los otros
jesuitas que viajan a Santiago parecen impacientes por continuar y atravesar la
imponente cordillera.
El cruce de la
cordillera
El cruce de la gran cordillera de
los Andes, lo hacen en mula y a pie, entre cuestas y precipicios enormes. El
sendero va por la ladera escarpada, tan estrecho que apenas cabe la mula. Una de las bestias
pisa mal y cae con su carga hacia el río que corre en lo profundo. Es un ruido
que aterroriza.
La admiración de Juan parece
infinita. Sus ojos, incansables, recorren, uno a uno, los paisajes. Agradece a
Dios esas alturas con nieves eternas, esos saltos sonoros de las cascadas, los
ríos correntosos.
Al bajar de las cimas, empiezan los
viajeros a recorrer el valle del río Aconcagua. Algunos Padres del Colegio han
venido a recibirlos. Juan se maravilla de los campesinos tan tranquilos, de sus
campos y los frutos. Será una hermosa experiencia la del magisterio en Chile.
Santiago de
Chile
Santiago, la capital de Chile, lo
recibe sonriendo. El gran Colegio de San Miguel, tan junto a la catedral, es
ahora su casa. Los jesuitas chilenos insisten. Es necesario descansar, conocer
los alrededores y prepararse para el largo viaje al sur. El joven jesuita no se
cansa de agradecer a Dios por la caridad de sus hermanos.
Los jesuitas han llegado a Chile en
1593. Desde un comienzo educan en la capital y son misioneros. Los indios
mapuches son los preferidos. Los catequizan en los alrededores y hacen
excursiones hacia el sur. Aprenden la lengua y establecen catequistas con el
nombre de "fiscales" para asegurar el fruto.
Desde 1608 forman una Provincia
independiente con jurisdicción en Chile, Buenos Aires, Tucumán y el Paraguay.
El provincial Padre Pedro de Torres Bollo vive en Santiago, pero la Provincia
tiene el nombre del Paraguay. El Noviciado, que estuvo en los comienzos en
Santiago, está ahora en la ciudad de Córdoba.
Ese mismo año se ha celebrado en
Santiago la primera
Congregació n provincial. Los jesuitas se muestran muy
contentos con los resultados. Sus decretos son notables, especialmente los
referentes a los indios, a la abolición de la esclavitud, a la supresión del
servicio personal y al modo de evangelizar. Juan escucha. Se admira de los
inicios de las misiones en Arauco y Chiloé, en el extremo sur. Se siente bien
con esos nuevos amigos. Con los jesuitas jóvenes recorre la ciudad y los
alrededores.
Concepción, la
capital del sur
Un mes después, poco más que menos,
inicia su peregrinación al sur. Hasta la ciudad de Concepción son otros 500
kilómetros. Lo normal es hacerlo a caballo y por etapas. El camino es malo,
pero no hay en él, el peligro de los indios en guerra. La lucha, entre españoles
y mapuches, se desarrolla al sur de Concepción.
La ciudad está junto al mar,
en una tranquila bahía en el puerto de Penco. Es el bastión ubicado en la frontera. Esta es
la causa del por qué vive en ella el Gobernador del Reino.
Concepción tiene un Colegio. Es muy
reciente. Lo ha fundado el célebre jesuita P. Luis de Valdivia hace seis
años, en 1614.
La guerra
defensiva y los mártires de Elicura
Al llegar Juan a su destino todo
parece estar en calma. El excelente rector Padre Juan Romero lo abraza con
cariño. La primera misión, que da al recién llegado, es descansar.
Las veladas comunitarias son
agradables. El clima, el suave murmullo del mar, los lomajes siempre verdes,
los ríos y la gente, ayudan a la paz y a la oración.
A los pocos días ya conoce con
detalles la historia de los mártires de Elicura. Son tres jesuitas que, por
obediencia, se internaron en el país de los mapuches. La guerra parecía haber
terminado. Únicamente la guerra defensiva está permitida.
Ese fue el mejor logro y la gloria
del P. Luis de
Valdivia, el fundador del Colegio.
Los Padres Martín de Aranda
Valdivia, Horacio Vecchi y el Hermano Diego de Montalbán fueron elegidos para
la difícil misión de predicar el Evangelio entre los mapuches. El primero es
chileno, el segundo italiano y el tercero, español o mejicano. Los elige el
Superior porque ellos se han distinguido como los mejores defensores de los
derechos del pueblo mapuche, de la mujer y de la paz. Los tres deciden
entrar sin armas, sólo con la cruz.
Martín ha nacido más al sur, en
Villarrica, a la sombra de un volcán que aún humea. Se inició en la carrera de
las armas casi siendo un niño.
En plena juventud, Martín asciende a
capitán y el Virrey del Perú lo envía como Corregidor de Riobamba en Ecuador.
Los informes del soldado son, pues, excelentes.
En uno de sus viajes a Lima, por
razones de su cargo, se decide a hacer los Ejercicios espirituales del Fundador
de los jesuitas. Después de terminarlos, ingresa a la Compañía de Jesús en la
ciudad de los Reyes. Martín tiene treinta y dos años. En Lima también, recibe
la ordenación sacerdotal. Martín regresa a Chile, en 1607, al crearse la
Provincia del Paraguay, separada de la del Perú.
Horacio Vecchi es un italiano que
también llega a Chile en 1607. Es también sacerdote.
Diego de Montalbán es un soldado.
Ingresa en la Compañía de Jesús en Chile. En la hora de su muerte todavía es un
novicio.
Juan del Castillo se impone del
desenlace de esa misión por obediencia. Un cacique descontento, Ancanamón, les
ha dado muerte en el pequeño valle de Elicura, el 14 de diciembre de 1612. La
causa del martirio es de todos conocida. Martín de Aranda, Horacio Vecchi y Diego
de Montalbán defendían los derechos de dos mujeres españolas, cautivas, que
defendían su religión.
Los restos de esos mártires están en
el Colegio. Juan los venera.
El magisterio
El célebre historiador jesuita P.
Miguel de Olivares, acostumbrado a la objetividad de los hechos, conoció a Juan
del Castillo personalmente. De él son estas notas valiosas:
"Juan del
Castillo se ocupó en el ejercicio de leer Gramática e instruir a la juventud en
buenas costumbres. También enseñó las primeras letras a los niños, teniendo a
su cargo la Escuela, con mucho cuidado, humildad y aprovechamiento. Entre los
muchachos que tuvo a su cargo fueron dos los más señalados: el hijo del
Gobernador Alonso de Rivera, y el del Maestre de campo Alvaro Núñez de Pineda.
Como lo veían todos tan modesto y virtuoso, le tenían gran respeto y
estimación".
El Gobernador Alonso de Rivera es
ahora el campeón de la guerra ofensiva. La muerte de los jesuitas en Elicura es
el argumento que esgrime para fomentar la lucha. Los jesuitas y Juan del Castillo forman al
hijo con la esperanza de tiempos futuros, en pro de la paz. Francisco Alvarez
de Pineda, el hijo del Maestre de campo, muestra excelentes condiciones en el
escribir literario. Juan del Castillo lo cultiva con esmero. Su célebre poema
"El Cautiverio feliz" lo llevará a la gloria.
Un recorrido
por misiones de indios
De este Colegio de Concepción
dependen las misiones entre mapuches de Arauco y Buena Esperanza. Cuando llega
la peste de la viruela y se ceba entre los indios, a Juan le es permitido
viajar al territorio de la
misión. De rancho en rancho, por valles, cerros y quebradas,
recorre y ayuda a los enfermos con remedios y alimento. Es un iniciarse que lo
llena de gozo.
Otro verano acompaña a un misionero
por la falda de la cordillera, hasta llegar al río Maule, pasando por la ciudad
de Chillán.
En Concepción Juan permanece casi
tres años. El P. Olivares pone de relieve la suavidad de su trato y el
acendrado amor a la
Virgen María.
Los informes, al término de la
experiencia de magisterio, son mejores. El parecer de mediano y mediocre se
cambia por el de bueno. "Bueno en
ingenio y juicio", y se añade una nota sobre su "temperamento
vivo". Los jesuitas del lado occidental de la cordillera parecen captar
mejor las condiciones de Juan.
La teología
cordobesa
Terminado el magisterio en Chile,
Juan del Castillo es destinado a teología. Nuevamente debe pasar por Santiago,
cruzar la cordillera, llegar a Mendoza y terminar en la ciudad de Córdoba.
Su amigo, Alonso Rodríguez se
le ha adelantado. Con gozo conversan, interminables, las experiencias recién
pasadas. Juan del Castillo puede ahora entusiasmar al amigo con las historias
de los indios.
El calor de Córdoba lo agota. En los
informes nuevamente hay una nota que no lo favorece. Hace "muy medianamente" el último año de
teología.
Recibe la ordenación sacerdotal el
último día del mes de noviembre de 1625. La primera misa la celebra en la
octava de la Inmaculada.
Destino al río
Uruguay
En 1626 Juan y su amigo Alonso Rodríguez son
destinados a las nuevas fundaciones del río Uruguay.
Ha rogado a Dios, ha suplicado tanto
a los superiores. En un momento ha tenido miedo de que su débil salud pudiera
ser un obstáculo. Se ha preparado, también, en el idioma guaraní. Los tiempos
libres cordobeses han sido para la lengua paraguaya. La vida dura del misionero
no le asusta.
El juicio del P. Diego de Boroa es
excelente: "Su fervor es grande, su
observancia es completa. Su celo se manifiesta en el tesón por aprender la
lengua guaraní. Su afabilidad y mansedumbre entusiasman a todos. Es bondadoso,
desprendido y puro, amable de Dios y de los hombres".
Una carta del
santo
En la Colegiata de Belmonte se
conserva una carta de Juan a su padre Don Alonso.
"Con
mucho deseo he querido este año recibir cartas suyas. Casi había perdido las
esperanzas por estar el puerto de Buenos Aires cerrado y el comercio de Lisboa
tan impedido.
De mis cosas
le doy cuenta. En el mes de septiembre del año pasado de 1625 me ordené de
subdiácono y después de dos meses salí ordenado de sacerdote.
Dije mi
primera misa ocho días después de la fiesta de la Inmaculada. La
ofrecí por Ud. y por la señora, mi madre, como obligación tan debida. Muy a
menudo ofrezco misas por Uds. y mis abuelos, paternos y maternos. Mis estudios
los acabaré dentro de cuatro meses. Después subir‚ a las misiones de Paraguay,
a trabajar y morir entre ellos.
El portador de
esta carta es el P.
Gaspar Sobrino quien va a Roma como Procurador. Me ha dado su palabra de que se
verá con Ud. y que irá a Belmonte a sólo esto.
El año pasado
le escribí acerca de mi hermano Melchor. Lo encomiendo muy de veras a Nuestro
Señor. Yo confío que Ud. lo gobierne con amor, que ése es el camino más
ordinario por donde la gente moza se gobierna. Cuando Ud. me escriba le ruego
me avise cómo van mis hermanas, las monjas, y qué se determina sobre Diego, si
quiere ser de la
Compañía. Muy en particular le ruego escribirme de cómo le va
a mi hermana Catalina con Pedro, su marido, y si tienen hijos. De todo me
holgaré mucho.
Yo quisiera
enviar los mejores regalos del mundo, pero esta tierra es tan pobre que antes
convida a pedir que a dar. De Córdoba 8 de marzo de 1626. Indigno hijo, Juan.
Post data. Hoy
los superiores me han señalado para las misiones del Paraguay. Saldré de aquí,
el 13 de junio, para esta empresa de pelear con indios gentiles. Allí se me
ofrecerán muchas ocasiones de larga paciencia".
En la
Reducción de San Nicolás
El P. Juan Bautista Ferrufino dice
en el proceso:
"En la
Reducción de San Nicolás, Juan se empleó en la educación católica de aquella
reciente cristiandad, con más medro del pueblo que de su salud. Habiéndola
perdido, por esas cristianas ganancias, fue menester que la obediencia lo
sacara a convalecer. Pero apenas recobró las fuerzas, y juzgándolas inútiles
para otras ocupaciones, quiso consumirlas
en su reducción más que en el ocio del retiro religioso. Volvió a San
Nicolás".
Es interesante el fragmento de la
carta que conservamos del P. Juan del Castillo a su antiguo profesor el P.
Diego de Boroa.
"Nos
consolamos harto al vernos por amor de Dios, Nuestro Señor, en partes tan
remotas y apartadas. Ambos nos acomodamos en la choza, con unos apartadizos de
caña. Con lo mismo está atajada la capilla, poco más ancha que el altar.
En esta casita
vivimos con mucha necesidad, porque el frío no tiene defensa. Era tanto que nos
quitaba el sueño. La comida es un poco de maíz cocido, o harina de mandioca que
comen los indios. El trabajar es de todo el día, sudando hasta podrir la camisa
en el cuerpo. El caminar, las más de las veces es a pie, por haberse muerto los
caballos. La enfermedad en nuestra Reducción es tan grande que las casas de los
indios parecen hospitales. Lo que más me aflige es no tener qué darles de
comer, porque el mayor regalo que puedo darme es una o dos espigas de maíz.
Es indecible
cuánta virtud se necesita para catequizar a los indios. Yo tenía reunidas
cuarenta familias, cuando algunos salvajes empezaron a probar mi paciencia.
Por nada del
mundo me apartar‚ del camino que debo seguir. Ojalá tuviera las virtudes del P. González y entonces yo
sería digno de apacentar este rebaño".
La Reducción
del Yjuhí
Algunos caciques de las orillas del
río Yjuhí, afluente oriental del Uruguay, ofrecen construir casa y capilla para
los misioneros.
Continúa el testimonio del P.
Ferrufino: "El Padre Roque lo eligió
para la nueva
Reducción , y así los dos partieron a tomar la posesión en
nombre de Jesucristo, poniendo el título de su glorioso estandarte en las
tierras de Ñezú. El 15 de agosto de 1628, día de la Asunción de Nuestra Señora
dan nombre a ese pueblo con el sacrificio santo de la Misa".
El Padre Roque elige el sitio. El
Padre Juan del Castillo, por decisión del superior, queda en Yjuhí, solo, como
padre, párroco y maestro.
Roque, el "Paí guazú", el Padre grande, entrega todos sus poderes al
"Paí miní", el Padre chico.
En octubre Roque y Alonso siguen
viaje para fundar, no muy lejos, otra misión en el Caaró.
"Lo que
allí pasó el P. Juan del Castillo en trabajos, por la ferocidad intratable de
aquella gente no acostumbrada a los preceptos evangélicos ni a las leyes
humanas, sólo lo creerá aquel que se sienta solo, sin consuelo y sin
amigos".
Sus Compañeros
en el Caaró
El 1 de noviembre, en el Caaró,
Roque González levanta la cruz y bautiza a tres niños. Consagra la Reducción a
"Todos los Santos".
Desde ese día, hasta el quince, una
gran parte de los caciques comarcanos visita a los Padres Roque y Alonso.
Vienen a tratar los medios para establecerse en la Reducción. Todo
parece marchar muy bien.
Sin embargo el cacique principal de
Yjuhí, llamado Ñezú, se opone. Es una oposición tenaz al plan del P. Roque. No
tolera abandonar la hechicería, ni la poligamia, ni convertirse al
cristianismo.
Ñezú hace junta con los suyos en su
poblado de Yjuhí y los persuade para eliminar a los Padres. Así podrán ellos
dejar la fe cristiana. Finge acatamiento.
Envía al cacique Caarupé y a otros
dos indios al Caaró. La orden es matar a los Padres Roque González y Alonso Rodríguez.
El martirio de
Roque
El cacique Caarupé y su gente
asisten, el 15 de noviembre de 1628,
a la misa y a la ceremonia solemne de instalación de la campana.
El Padre Roque termina la santa
misa. De rodillas da la acción de gracias. Un muchacho paraná, entretanto, hace
los agujeros en el mástil.
El Padre Roque sale de la capilla,
sonríe y se inclina para dejar bien atado el badajo. Al verlo en esa posición,
Caarupé hace una señal al indio Maranguá. Este descarga sobre la cabeza del
Padre un golpe con el itaizá, o hacha de piedra. La muerte es instantánea.
El martirio de
Alonso
El joven paraná, horrorizado, corre
a donde está el P. Alonso
Rodríguez que se prepara a su vez para la misa. Al ruido y
alboroto, ya está en la puerta de la iglesia. Sólo
alcanza a decir: "¿Qué han hecho,
hijos, qué hacen?".
A golpes de itaizá le deshacen
el cráneo. Cae muerto en la misma puerta de su querida capilla. El muchacho
paraná monta en su caballo veloz y huye a Candelaria.
Caarupé vuelve hacia el cadáver de
Roque. A golpes de itaizá le destruye la cara. Los dos cuerpos
son introducidos en la
iglesia. Destruyen y roban.
La imagen de la Virgen, la
Conquistadora, queda en jirones, el cáliz en pedazos, el misal destruido y el
crucifijo roto. Después Caarupé pone fuego a la casa y a la iglesia.
Un cacique, amigo de los padres,
protesta. También él es muerto a golpes de itaizá. Todo es quemado.
Después, dos emisarios, en veloz
carrera, se dirigen a Yhují a dar la noticia al gran jefe Ñezú. Caarupé y sus
indios van hacia la
Reducción Candelaria para matar a los otros jesuitas.
El martirio de
Juan
Después del martirio de los Padres
Roque González y Alonso
Rodríguez en la Reducción de Todos los Santos en el Caaró,
los caciques seguidores de Ñezú se presentan, después de dos días, en la Reducción
de la Asunción de Yjuhí.
Son las tres de la tarde. Juan está
a la puerta de su choza rezando el breviario. ¿Qué te dice el libro? le preguntan. Juan contesta: "Nada, estoy rezando". Ellos
dicen: "Aquí te traemos a estos
indios forasteros para que les des anzuelos".
La narración de los hechos pertenece
a un testigo presencial, Pablo Arayú. La hace con juramento:
"Preguntado
si se halló presente cuando echaron mano y prendieron al Padre, respondió que
sí. Preguntado si se halló presente cuando lo mataron, respondió que sí, que
vio cuando lo arrastraron y lo mataron en el lodazal.
El Padre
estaba matriculando a un cacique llamado Chetihagu‚ y su gente y les di
anzuelos y alfileres. Después el viejo cacique Quarabí mandó a un cacique,
llamado Araguirá, que embistiera al Padre. Él lo hizo. Lo abrazó por la espalda
y le torció los brazos. Así lo arrastraron hacia el bosque. Le rasgaron la
ropa, sólo dejaron una media y las mangas en los brazos.
Un indio,
llamado Mirungá, lo derribó en tierra. Le pusieron dos cuerdas en las muñecas y
lo arrastraron por el bosque. Desconcertaron un brazo. Otro indio, llamado
Tacandá, con una maza de piedra lo golpeó varias veces en el vientre. Lo
siguieron arrastrando, hasta un lodazal. Iba todo desgarrado, hecho sangre.
Allí le
destrozaron con una piedra grande la cabeza. Después quebraron los huesos y lo dejaron
diciendo: déjenlo para que se lo coman los tigres. El no estuvo con los que
quemaron el cuerpo, cuando volvieron en la mañana siguiente.
Preguntado de
lo que hizo y dijo el Padre cuando lo prendieron y mataron, respondió: Cuando
le echaron mano, hizo fuerza por soltarse. Dijo: Hijos, ¿qué pasa, qué es esto?
Mientras lo tenían asido, llamó a los amigos en su favor. Cuando lo arrastraban
le oyó decir: ¡Ay, Jesús! Y otras palabras en su lengua que no entendió. Cuando
le rompían la ropa pedía que se la sacaran poco a poco.
Después
entraron en su casa e iglesia. Repartieron entre ellos las cosas pequeñas. Los
ornamentos sagrados se los llevaron a Ñezú".
Esta narración concuerda con la de
otros cinco testigos con juramento, todos presentes.
La
glorificación
Juan repartió su vida jesuita casi
por igual: tres años en España, seis en Córdoba del Tucumán en dos etapas iguales,
tres en Chile y casi tres en Uruguay.
Los procesos de su causa se
iniciaron pronto. En Asunción, Buenos Aires y Corrientes. Los decretos del papa
Urbano VIII les impidieron avanzar. La supresión de la Compañía de Jesús casi
los pone en el olvido.
En este siglo, el P. Francisco
Ginebra, en Santiago de Chile, retoma la Causa.
Juan del Castillo fue beatificado en
Roma por el papa Pío XI el día 28 de enero de 1934 junto a sus compañeros Roque
González y Alonso Rodríguez.
El papa Juan Pablo II decidió
efectuar la canonización de los "tres
santos mártires", solemnemente, en Asunción del Paraguay, cuna de las
Reducciones jesuitas. La ceremonia con inmenso gentío tuvo lugar el día 16 de
mayo de 1988.
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