SAN ROQUE GONZÁLEZ DE SANTACRUZ (1576-1628)
La familia de Roque:
Roque nace en Asunción (Paraguay) el año 1576, penúltimo de los hermanos. Eran 7 varones y 3 mujeres. Fue hijo de uno de los primeros conquistadores y fundadores de Asunción, Don Bartolomé González de Villaverde. Su mamá, María de Santacruz, fue una mestiza, quiere decir que fue nieto de una mujer indígena guaraní. Proviene de una familia de 10 hermanos de los cuales probablemente 2 o 3 eran sacerdotes. Dos se ordenaron juntos en 1598 cuando visitó Asunción el Obispo Hernando de Trejo y Sanabria, hermano de Hernando Arias de Saavedra, en la que fue la primera ordenación en Paraguay. Ordenó a 23 sacerdotes, entre ellos a Roque y a su hermano Pedro.
El Padre Pedro era conocido como un buen sacerdote, "hombre de buen ejemplo" e "hijo de la tierra y de los más principales conquistadores de ella, persona de buena vida", era canónigo de la catedral de Asunción, asistió al sínodo que presidió el obispo Cristóbal de Aresti en 1631, y después del martirio de Roque cantó la misa solemne en la catedral.
Gabriel, sabemos poco, fuera del hecho de que hizo estudios eclesiásticos en el Perú, y en 1602 recibió un legado de su hermano Francisco para continuarlos.
El primogénito, Francisco, toma parte en la conquista del territorio de los guaycurúes. Es uno de los primeros habitantes de la nueva ciudad San Juan de Vera de las siete Corrientes (hoy Corrientes, en Argentina). Es encomendero, contador real y alcalde. Con sus hombres llega a Concepción, va a Santiago del Estero y al mismo Buenos Aires. Al final de sus días es teniente de gobernador en Asunción, justicia mayor y capitán de guerra.
Diego es el que sucede al viejo Bartolomé en el cargo de escribano real. Es militar. Como general de tropas participa también en varias expediciones militares.
Mateo es después el tesorero de la
catedral de Chuquisaca.
Las hermanas - Francisca, María y Mariana - casadas todas ellas con conquistadores, son los troncos
de las principales familias del Paraguay y de las diversas ciudades argentinas.
Roque recibió su primera educación en su propia familia. Es probable que durante el obispado de Fray Alonso de Guerra también asistió a clases dadas por el mismo obispo "con mucha solicitud, para ordenarlos y haya quien sirva a la Iglesia". Habría sido iniciado en letras, latín y nociones de vida espiritual y de oración.
En el Colegio de los jesuitas
En el Colegio de los jesuitas
Roque tiene doce años de edad cuando
llegan los padres de la Compañía de Jesús a la ciudad de Asunción. Vienen desde
el Brasil y es el año 1588. Desde 1556 San Ignacio piensa en la
misión. "De las Indias del Brasil tenemos noticias. Han comenzado a
comunicarse los de la Compañía que est n en la Capitanía de San Vicente (hoy
Sao Paulo) con una región de españoles que se llama Paraguay en el Río de la Plata. Estará a una
distancia de 150 leguas de la residencia de los dichos compañeros. Del Paraguay
hacen gran instancia al P. Nóbrega para que vaya allá. Le prometen hacer cuanto
les mandare. Parece que tienen gran falta de quien enseñe, no sólo los indios,
sino también los españoles".
De inmediato los padres de Roque lo
matriculan en el Colegio de los jesuitas. El primer Superior es el P. Juan Saloni. Con él,
Roque trata las cosas de su espíritu.
El ejemplo de
un santo
Cuando Roque tiene trece años, una
experiencia espiritual marca su vida. Conoce a San Francisco Solano, el santo
franciscano que recorre América y, está ahora en Asunción.
Roque parece tener pasta de jefe. Se
sabe, por muchos testimonios, que a la edad de 14 años, motivado por la lectura
de la vida de los santos, convence a un grupo de jóvenes para vivir a doce
leguas de la ciudad en oración y penitencia. Por cierto, los padres y los
parientes de los muchachos los obligan a regresar y a renunciar a estos planes
peligrosos e infantiles.
Un alumno
distinguido
De nuevo en clases, Roque se
distingue. Llama la atención por su recogimiento y por su honestidad de vida.
En el Colegio incipiente de los
jesuitas, es tenido como ejemplar, por su dedicación a los estudios y
frecuencia asidua a los sacramentos de la confesión y comunión. Así lo dicen
los testimonios conservados en el proceso que lo llevar a los altares.
Desde pequeño trata con el indio.
Los españoles de la época no tienen en Asunción, en sus casas y en sus chacras,
sino a indios sujetos al servicio personal, asalariados según las disposiciones
reales.
Roque est bien formado por sus padres, por la educación
recibida en el Colegio y su natural inclinación. Trata a los indios con
respeto, con cariño. Los instruye en la fe y en la cultura. Ellos a su
vez le entregan los secretos de la lengua guaraní. Se comprenden. Son amigos.
La ordenación
sacerdotal
En diciembre de 1598, cuando Roque
alcanza los 22 años de edad, la ciudad de Asunción recibe la visita de un
obispo. Es un acontecimiento importante para esos cristianos tan abandonados.
La diócesis, creada en 1547, no ha tenido obispos residentes sino en contadas
excepciones, y por muy corto tiempo. El Gobernador de Asunción, el
célebre Hernandarias de Saavedra, invita a venir desde Córdoba del Tucumán a su
hermano obispo Hernando de Trejo y Sanabria.
Ministerio en
los yerbales
Inmediatamente después de la
ordenación sacerdotal, Roque va a ejercer sus ministerios a la región del
Jejuí, llamada entonces de Mbaracayú. Es una zona cubierta por yerbales y tiene
mucha población de indios. Esos hombres forman parte de la encomienda entregada
al general Irala, desde los inicios de la conquista.
Su ministerio en guaraní es aceptado
con agrado y no sólo por el idioma. En verdad tiene un carácter suave,
fervoroso y quiere a sus compatriotas. Las injusticias del sistema de
encomiendas, que constata, le son intolerables. Los campesinos captan de
inmediato esta amargura de Roque.
La región del Mbaracayú produce
mucha yerba. Pero se debe al trabajo forzado de los campesinos de la encomienda
y a los indios yanaconas de servicio. Roque sufre ante la situación de
injusticia.
En la
parroquia de Asunción
Roque González vuelve a la ciudad de
Asunción. Su cargo ahora es el de párroco en la Catedral. El trabajo
es inmenso, porque no hay una parroquia mayor en el país. Se entrega. No parece
tener descanso. Por su familia tiene influencia entre los grandes. Por su
natural disposición está con los pequeños. No todos ven con buenos ojos esta
preferencia hacia los pobres. Se le achaca "inclinación a criollos y mestizos
en perjuicio de los peninsulares". Otro da una razón odiosa: "para
los españoles le falta opinión de letras."
A mediados de enero de 1603 llega a
Asunción el nuevo obispo, el franciscano Martín Ignacio de Loyola. Es sobrino
nieto del fundador de la Compañía de Jesús. Viene con veinte franciscanos. La
ciudad se ha preparado como para una visita de Cristo. Conoce el nombramiento
desde el 9 de octubre de 1601. Se une con la oración a la consagración
episcopal celebrada en la lejana ciudad de Valladolid. Una delegación ha ido a
Buenos Aires para recibirlo el primer día del año.
No es de extrañar, el recibimiento
asunceno es apoteósico. Roque González de Santa Cruz como cura párroco de la
Catedral es el encargado de dar la bienvenida.
El primer
Sínodo diocesano en 1603
El nuevo obispo es un hombre
ejecutivo. Para organizar su pastoral convoca de inmediato al clero a
participar en un sínodo. Es el primero en la historia paraguaya. Es necesario
ratificar las directrices del Concilio celebrado en Lima en 1583.
Roque organiza. El obispo sabe que
es el hombre adecuado. El sínodo se realiza ese mismo año, desde el 6 de
octubre hasta el 2 de noviembre de 1603. En él, gracias a la intervención de
Roque, se insiste en la obligación de los curas y catequistas de aprender la
lengua guaraní, "pues en ella podrán ser más bien enseñados y entenderán
mejor la doctrina cristiana, y por ese camino les oirán con mayor gusto y
amor".
También el sínodo establece la "Reducción de
indios", para formarlos mejor y para liberarlos del abuso de los
encomenderos. Estos los tienen muy repartidos y divididos porque "con eso
pretenden sus intereses particulares".
Igualmente, el sínodo dicta una
instrucción para los confesores. En ella se exige la defensa del indio, contra
las "conquistas". Estas no lo respetan como a persona libre. Abusan y
fomentan el reclutamiento de los indios para servicios personales. Estos son
explotados en el trabajo.
La instrucción del sínodo exige el pago del salario, el respeto de las
costumbres, la observancia fiel de los horarios de labor. A la servidumbre se
la debe tratar como a gente libre. Todos tienen el derecho a contraer
matrimonio libremente y a tener consigo a la mujer y a los hijos. Cada cual es
libre para volver a su tierra y a su cacique.
Ese es un Sínodo notable. Y la mano
de Roque González de Santa Cruz está en
todos sus decretos.
Vicario
General de la diócesis en 1608
El obispo franciscano Martín Ignacio
de Loyola muere el 9 de junio de 1606. Es llorado por todos, especialmente por
Roque y sus queridos guaraníes.
El sucesor, el dominico Reinaldo de
Lizárraga, viene de Chile. Es el obispo de La Imperial. De
inmediato se da cuenta del valor e importancia de Roque. Decide nombrarlo
Provisor y Vicario General de la diócesis en el año 1608.
El ingreso a
la Compañía de Jesús
Roque no desea cargos. Hace tiempo
que está en discernimiento. Lo acompaña
el superior de los jesuitas. En oración, muy urgido esta vez, decide, "con
humildad y santidad" no aceptar esas dignidades que él no ha buscado y que
lo alejan definitivamente de su vocación hacia los pobres y los indios.
De inmediato habla con el P. Marciel
de Lorenzana, Rector del Colegio de Asunción, y le insiste en la respuesta
"que después de muchas largas" le está debiendo desde hace tanto
tiempo.
El P. Lorenzana escucha. Vuelven a
repasar juntos los puntos del discernimiento, los pro y los contra. Roque hace
los Ejercicios de San Ignacio. Como siempre se muestra decidido. Al fin el P.
Rector, consultado el Provincial, lo admite en la Compañía de Jesús.
El noviciado en el Colegio de Asunción en Mayo de 1609
Ingresa el 9 de Mayo de 1609 a los 33 años de edad. El
noviciado lo hace en el colegio de Asunción.
Desde el año anterior, el de 1608,
existe la nueva
Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús. Su
jurisdicción abarca desde Chile hasta la cuenca del Río de la Plata. Hace gran parte de sus dos años de noviciado entre los indios guaycurúes, en la otra banda del río Paraguay
Hace el mes de Ejercicios, se ejercita en humildad,
cuida a los enfermos y catequiza a los humildes. Hace renuncia de sus bienes a
la Compañía: la chacra de Tacumbú, de dos hectáreas, en las cercanías de
Asunción.
La primera
misión del novicio
A fines de 1609, todavía novicio,
Roque es escogido, por el Padre provincial Diego de Torres Bollo, para una
misión entre los indios guaycurúes. Se trata de una tribu nómada y muy
guerrera. Un guaycurú equivale, en la guerra a veinte indios de otras tribus.
Ese es el parecer de los españoles.
Los dos jesuitas designados son los
PP. Vicente Griffi, italiano, y Roque González,
más joven y conocedor de la lengua. La expedición cruza el Río Paraguay y
entra en el Chaco. Tienen solamente dos acólitos jóvenes y un indio guaraní que
sabe el idioma de los guaycurúes. No quieren ningún soldado ni otra defensa. El
plan de la misión está discernido: o
es una "conquista espiritual", o un desastre.
Desembarcan en el Chaco, y caminan
tierra adentro en busca de las tolderías de los guaycurúes. Después de tres días, cruzando ríos
y atravesando pantanos, entran en contacto con algunos centinelas. Con
dificultad se acercan al toldo del cacique. Son recibidos con gran
desconfianza. Sospechan los indios la traición acostumbrada.
Pero al convencerse de las
intenciones pacíficas de Roque y sus compañeros, les permiten vivir en las
cercanías, en una choza de esteras. Los Padres se dan a entender por medio del
intérprete y tratan de aprender esa lengua tan dura, también para el Padre
Roque. Poco a poco, el cacique empieza a fiarse y promete encontrar el lugar
adecuado para empezar la "reducción".
Una carta del P. Provincial al
General de la Compañía de Jesús cuenta los detalles de esa primera misión.
"Después que los Padres
entraron allá, muchos vienen en paz a la ciudad de Asunción, a vender pescado y
otras cosas. Siempre vienen a nuestra casa, y a todos los regalamos con nuestra
pobreza, cuanto es posible. Y se van domesticando notablemente, con gran
admiración de los españoles. Mayor la tuvieron cuando vieron venir al cacique
principal hasta la orilla de la otra parte del río, con muchos indios, para
llevarme a su tierra. Los dos escogeremos el sitio para el pueblo y la iglesia. No quise
llevar conmigo a nadie, sino a dos de mis compañeros, aunque fue contra el
parecer de los españoles.
Ellos juzgaban que iba yo con mucho
riesgo, pero nunca me pareció tal cosa. Nos llevaron con alegría. Pasamos a
hombros algunos pantanos muy profundos, donde los caballos no podían hacer pie.
Me regalaron con su pobreza, un día y una noche.
Allí estuve. Habiendo escogido el
mejor sitio que nos pareció y habiendo repartido entre el cacique y los indios
algunas cosas, me devolvieron hasta el río. Me dijo el cacique con gran
ponderación que se estimaba honrado por haber yo llegado hasta su tierra. En
agradecimiento me dio la palabra en nombre de sus indios y suyo, de obedecerme
en todo lo que les mandásemos. Me recomendó darme prisa para volver a
Asunción".
Tenemos otra carta, del P. Marciel
Lorenzana, del 19 de octubre de 1610.
"Anteayer pasó el P. Roque
González a la otra banda, y fuimos con él, el capitán Alonso Cabrera, Miguel
Méndez y yo. Nos recibió Don Martín, el cacique, muy bien. Tenían hecha una
razonable chozuela para los Padres en que nos aposentaron. Acerté al llevar
conmigo a cinco indios y a dos niños que traje del Paraná. Fue providencia de
Dios, porque en la noche hice juntar al cacique con sus guaycurúes a un lado, y
puse a los calchines y paranáes al otro. Puse a los niños al medio. Yo dije:
Vengo del Paraná y traigo conmigo a éstos mis hijos y quiero que estos niños
les enseñen la palabra de Dios. Escuchen con gran atención e hinquémonos de
rodillas. No se deben levantar hasta que yo lo mande. Lo hicieron así. Rezaron
las oraciones y catecismo y cantaron sus coplitas, oyendo y rezando los
guaycurúes con gran devoción y atención. Luego les dije: Ya sabéis que los
indios paranáes son muy valientes y hasta ahora han sido malos, porque no
habían oído la palabra de Dios. Pero después que Dios me envió a su tierra y la
oyeron, son buenos y a mí me quieren mucho. Todos los caciques querían venir
conmigo, pero yo no quise para que acudieran a sus chacras. Sólo traje a estos
a vuestras tierras para que veáis lo que os he dicho, y entendáis que vuestros
hijos han de saber las cosas de Dios como estos niños, y después han de ser
vuestros maestros.
Oyeron esto con mucho gusto y
aplauso. Les dije que quisieran mucho a los Padres y les obedecieran y se
fiaran de ellos, pues no buscaban sus haciendas, sino sus almas para Dios.
Respondió el cacique que él los amaba entrañablemente y que se fiaba de ellos,
y les obedecerían.
Entonces dije: Por la mañana
comencemos a cortar madera para la iglesia y para una cruz. A la mañana
siguiente la comenzaron a cortar con mucho gusto, ayudándoles mis paranáes. Los
dos españoles estaban admirados al ver su obediencia.
Yo me volví muy satisfecho, pues
advertí en los guaycurúes una admiración grande al ver a los paranáes tan
domésticos, y a sus hijos que sabían tan bien la doctrina. Parece
que los niños guaycurúes tenían envidia".
Los votos
religiosos
El 10 de mayo de 1611 a los 35 años de edad, Roque
pronuncia en la capilla del Colegio de Asunción los votos perpetuos de pobreza,
castidad y obediencia en la Compañía de Jesús.
Es su entrega plena. La ha
confirmado en esos dos años de noviciado, en el mes de Ejercicios y en las
misiones. Se siente muy feliz. El padre provincial Diego de Torres Bollo se da
cuenta de su valiosa vocación orientada a los pobres.
La aventura de
las Reducciones
Inmediatamente después comienza para
Roque la increíble aventura de las Reducciones.
Las dos primeras están fundadas. Los
jesuitas las han dedicado al fundador de la Compañía. San Ignacio
no está todavía canonizado, pero sí en los altares. San Ignacio Guazú (guazú
significa grande), en el actual Paraguay, y San Ignacio Miní (miní significa
pequeño), en la
actual Argentina. El gobernador Hernandarias las ha pedido.
En 1609 y en 1610 los padres de la Compañía están ya con los indios.
San Ignacio
Guazú
El 20 de mayo de 1612, Roque queda a
cargo de San Ignacio guazú. Su capacidad organizadora se manifiesta desde el
primer momento.
Aprende a utilizar, con gran esmero,
el gusto de los guaraníes por la
música. En el canto y las demás artes, especialmente la
escultura, encuentra el modo para hacer vivir la fe. Con sus guaraníes se
siente doblemente feliz.
Roque describe así sus trabajos, en
carta a su Provincial:
"El paisaje correspondiente a
este pueblecito es muy gracioso, el clima excelente. Los terrenos son fértiles,
dilatados y suficientes para ocupar a unos 400 agricultores. Agua y leña no
faltan. Hay selvas para la caza.
El año pasado ya había algo de
cosecha. Este año hay abundancia, por lo cual todos están muy contentos. Se
cuentan en este pueblo unas trescientas cabezas de ganado.
Fue necesario construir este pueblo
desde sus fundamentos. Lo construí a la manera de los pueblos españoles, para
que cada uno tenga su casa con sus límites determinados y su correspondiente
cerca. Para servir construimos nuestra habitación y el templo. Todo muy cómodo,
cerrado con tapia, los edificios con viguería de cedro, muy abundante en esta
zona. Hemos trabajado mucho en el arreglo de todo esto.
Los domingos y en las fiestas
predicamos durante la santa misa, precediendo a ella la explicación del
catecismo. Nos preocupamos, con igual solicitud, de los muchachos y muchachas.
A los adultos los introducimos, hombres y mujeres separadamente, ciento
cincuenta de cada sexo.
No mucho después del almuerzo les
enseñamos por espacio de dos horas a leer y escribir. Entre los bautizados este
año, hay unos ciento veinte adultos.
Está el pueblo en nueve cuadras. Una
sirve de plaza. Cada cuadra tiene seis casas. Junto a la plaza está el sitio de la iglesia y junto a ella
nuestras habitaciones. Todo esto he procurado hacer, con el menor costo y
trabajo de los indios, a los que he pagado con buenos rescates el trabajo, de
suerte que ellos están contentos y pagados, y yo mucho más".
La carta de su compañero, el P.
Francisco del Valle es muy explícita:
"Todo esto se ha levantado
mediante los increíbles trabajos del Padre Roque González. El mismo, en
persona, es carpintero, arquitecto y albañil. Maneja el hacha y labra la
madera, y la acarrea al sitio de construcción, enganchando él mismo, por falta
de alguien más capaz, la yunta de bueyes. Él hace todo solo".
Una carta
memorable
Tenemos la suerte de poseer una
carta escrita por el P. Roque González durante su estadía en San Ignacio Guazú.
Es del 13 de diciembre de 1614.
La carta es de queja y de defensa.
Está dirigida a su hermano mayor
Francisco, el Teniente General de Asunción. Las ideas pueden parecer audaces
para la época, pero es la eterna defensa de los derechos humanos que la Iglesia
debe, por misión, proteger. El estilo es como las cataratas de Yguazú.
"Recibí su carta y por ella me
di cuenta del gran sentimiento y de las quejas de los encomenderos contra los
indios y especialmente contra nosotros. Esto no es novedad, porque son que no es
de ayer, sino de muy antiguo. A esos señores encomenderos y soldados les es
propio el quejarse. Han pasado exagerado en esto y han levantado grandes
contradicciones a la Compañía, con mucha honra y gloria de los que las han
sufrido.
Es causa verdaderamente justa, el
hacer que los indios, por el derecho que tenían y tienen, vuelvan a ser libres
de la dura esclavitud y servidumbre del servicio personal. Pertenece a la ley
natural y divina, y también a la humana, el que estén exentos.
Los de la Compañía, como es su
obligación, apoyan lo que muy justamente ha ordenado Su Majestad por medio de
su visitador. Los indios son libres de la servidumbre y esto lo ha confirmado la real Audiencia. Los
encomenderos temen que con esto hacemos grave daño. Dicen que nosotros vivimos
en estos pueblos engasando e impidiendo a los indios a servir como antes. Para
evitarlo han pedido el sacarnos de aquí. En virtud de esta petición a las
autoridades algunos vinieron, con violencia, nos echaron de la iglesia y nos
impidieron decir misa. No bastó para apagar ese fuego ni el derecho de la
Compañía, ni los medios pacíficos que tomamos, ni la autoridad del P. Diego de
Torres.
Los indios quieren pagar tributo,
como Su Majestad les ha mandado. Los encomenderos desean el servicio personal.
Nos echan la culpa de que las cosas no resulten como ellos quieren. Pero ni
nosotros, ni los indios, tenemos culpa. Más bien tenemos mérito ante Dios y Su
Majestad. El Rey holgar mucho al saber
que los indios conocen y usan sus derechos. Los encomenderos dicen, me consta
claramente, que si nosotros cambiáramos de opinión, ellos nos apoyarían,
permitiéndonos estar con los indios.
Por lo demás los indios, que fueron
obligados a salir de aquí, han regresado casi todos. Ellos no pueden ser
forzados a salir de sus tierras. Ese es su derecho, según lo ordenó Su Majestad
por medio de su visitador. El mismo gobernador Hernandarias vino hasta aquí en
persona. Se declaró protector de los indios y declaró que no estaban obligados
a dejar sus tierras.
Ud. mismo dijo, claramente, que los
feudatarios no tenían ninguna otra obligación sino pagar el tributo estipulado
de cinco pesos. Afirmó Ud. que ellos no tenían por qué dejar a sus mujeres y a
los hijos para ir a servir a tan lejanas tierras, y por tanto tiempo. Ud. nos
pidió, para evitar mayores
inconvenientes, que fueran unos treinta. A nuestra solicitud, fueron casi
todos.
Regresaron, y la causa la dan los
mismos indios: el mucho trabajo, el mal tratamiento y la falta de comida. Decir
que nosotros somos la causa, muestra la pasión de los encomenderos y el mucho
deseo de hablar mal de la
Compañía. Los encomenderos dicen que los indios han huido
porque nosotros vivimos aquí. A mí me parece que Ud. se inclina a creerles.
Pero nosotros, señor General, no tenemos más que una cara.
Los encomenderos afirman que
nosotros impedimos el servicio de Dios y del Rey. Nuestro Señor no manda que la
predicación del Evangelio deba hacerse con ruido de armas y de malocas, sino
con ejemplo de buena vida y santa doctrina.
Así lo hicieron siempre los
Apóstoles y todos los varones apostólicos, aunque sea derramando su sangre. Así
lo hicieron, hace muy poco, tres santos varones de nuestra Compañía en Chile. A
Su Majestad no pueden agradarle intentos de reducción a la sombra de sus armas.
Conforme a esto, señor General,
nadie tiene potestad para que estos indios trabajen a la fuerza. Nadie puede
castigarlos por desobedientes. Los indios no están procediendo contra un
mandamiento ni contra orden alguna del Rey Nuestro Señor. Más bien, actúan
conforme a las ordenanzas reales. Mientras no conste lo contrario, nadie los
puede castigar.
Para evitar males mayores, nosotros
hemos aconsejado que algunos vayan a las encomiendas. Otros han querido usar
sus derechos, tal como yo lo veo.
Nuestro Señor, que ve y sabe todas
las cosas, enviar el remedio. No está
lejos el día en que Él premiará las buenas obras y castigará los agravios
hechos especialmente a los pobres.
Espero que Vuestra Merced vea claramente
cómo le han informado mal los encomenderos, quizás engañados por la pasión. Ellos dicen
que los indios no tienen con qué pagarles, los muchos años de tributos que les
deben. Esto me ha causado gran admiración. Sí de cierto que lo que los
encomenderos tienen, aunque se queden en camisa, no podría satisfacer ni pagar
lo mucho que ellos deben a los indios. El estar los encomenderos en esta
ceguera tan grande, es la causa de que no se los quiera confesar por gente que
sabe y es temerosa de Dios.
Y de mí digo, que no confesaré a
ninguno, por nada del mundo, porque han hecho mal y no quieren reconocerlo. No
desean restituir ni enmendarse".
La labor
continúa
No sabemos si Francisco, el hermano
y gobernador, contestó esa carta. Hay algún indicio de que queda impresionado
por la sinceridad y la fuerza de su hermano menor. De hecho al año siguiente,
le da licencia para que establezca tres o cuatro reducciones en la región de
Itapuá.
Durante los años en San Ignacio
Guazú, Roque halla tiempo para hacer un trabajo que seguir siendo útil todavía después de su muerte: la
traducción al guaraní del tercer catecismo de Lima. Es el del Concilio de Santo
Toribio de Mongrovejo. El catecismo de Roque incluye también sermones y
oraciones.
El organizador
de Reducciones
Con la bendición del nuevo
provincial, el P. Pedro de Oñate, a fines del año 1614, Roque González se
despide de su compañero el P. Francisco del Valle y decide avanzar en la
búsqueda de otros indios del río Paraná.
Navega río arriba. Visita tolderíos,
sin ningún miedo. "¿Cómo te has atrevido a entrar hasta aquí, donde no ha
puesto sus pies ningún español?", le dicen los caciques. Roque explica en
su lengua guaraní que ha venido a enseñar el camino del cielo. Y en varias
partes recibe de los caciques las promesas para las nuevas reducciones.
Interrumpe el viaje. Vuelve a
Asunción a pedir los nuevos compañeros jesuitas que le son necesarios. También
debe obtener de su hermano Francisco, el teniente general, las debidas
licencias.
A pesar de la dura carta escrita
hace dos meses, obtiene los permisos requeridos, y en las condiciones impuestas
por Roque. El documento lleva la fecha del 23 de febrero de 1615 y la firma es
de su hermano Francisco:
"Los Padres de la Compañía de
Jesús con mucha caridad y celo de Dios y de Su Majestad tienen comprometidos a
muchos indios infieles para reducirlos en poblados, donde serán instruidos en
las cosas de nuestra santa fe católica.
Yo, en nombre de Su Majestad y en
virtud de los poderes que tengo para ello, doy licencia y facultad al Padre
Roque González de Santa Cruz, para que pueble y haga tres o cuatro reducciones
en los lugares que mejor le pareciere.
Mando, so pena de doscientos pesos,
que ninguna persona, de cualquier estado o condición que sea, de ninguna manera
se atreva a estorbar o impedir las dichas reducciones. Aquel que impidiere o
hiciere impedir será castigado
rigurosamente, como persona que procura impedir una cosa tan santa y de tanto
servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad".
Reducciones
del Alto Paraná
Roque regresa solo a los puestos del
alto Paraná. Esos indios son difíciles, pero con suavidad pueden ganarse.
A los dos meses llega su compañero,
el P. Diego de Boroa. Roque lo recibe con profunda alegría en su pequeña
chocita de caña y paja. Al lado ha construido una capillita, un poco más ancha
que el altar. La necesidad es grande, el frío no deja siempre dormir, la comida
es un poco de maíz cocido y a veces pan de mandioca del que comen los indios.
Ambos jesuitas trabajan con los indios
en la construcción, primero, de una pequeña Iglesia, baja y cubierta de paja,
que a los indios parece un palacio real. La terminan el día 31 de julio de 1615,
el día de la fiesta del Bienaventurado Padre Ignacio.
"Este es un lugar ameno
deleitable y parece que con pincel no se puede pintar mejor. Tiene bosques y
prados frescos. Está en un alto sobre el
Paraná que tiene como media legua de
ancho. Allí el río forma una ensenada que parece mar. Vemos desde nuestros
mismos aposentos el ir y venir de todas las canoas de nuestros indios".
El P. Boroa agrega: "Pusimos
una campana en un campanario de madera, con gran admiración, como cosa nunca
vista y oída en esa tierra".
Junto a la cruz levantada por los
indios dicen la misa y renuevan sus votos religiosos. Esos son los comienzos de
la Reducción de Itapuá (la actual ciudad
de Encarnación).
En el año 1616 Roque se empeña en la
fundación de la Reducción de Yaguapoá (la
actual ciudad de Posadas).
Destinado al
río Uruguay
En Yaguapoá, Roque González recibe
el nuevo encargo del P. Pedro de Oñate, el provincial. Debe volver a
Itapuá de Encarnación y prepararse para
pasar al río Uruguay y fundar, también allí, otras reducciones. Antes debe
hacer la profesión solemne de sus votos.
El P. Oñate dice en una carta a
Roma:
"El río Uruguay es un río
caudaloso, casi tan grande como el Paraná. Corre paralelo a éste. No se conocen
sus fuentes. Creemos que están en el Brasil.
Allí, en el río Uruguay, viven
muchos indios, más de sesenta mil, buenos y mansos. El Padre Roque González,
dominador de la lengua, experimentado operario y muy fervoroso, ha entrado
algunas veces a los primeros pueblos y ha hallado una buena disposición.
Dejando a dos padres en cada una de
las tres residencias del Paraná, he determinado que el Padre Roque González
entre a romper este nuevo campo del Señor".
Los últimos
votos
En su querida misión de Itapuá de Encarnación, Roque hace diez días de
Ejercicios espirituales y pronuncia su profesión el día 20 de octubre de 1618.
Su compañero de últimos votos es el futuro mártir, P. Pedro Romero.
El P. Diego de Boroa describe la
ceremonia de sus dos amigos:
"Fue un grandísimo consuelo y
también confusión mía el tener a estos dos ejemplos de virtud ante mis ojos.
Hicieron los votos con fiesta mayor y el regocijo que nos fue posible, con gran
concurso de indios de diversas reducciones".
La Reducción
de Concepción
Al día siguiente el P. Pedro Romero
vuelve a su puesto en Yaguapoá. Roque se dispone a partir el día 25.
El P. Boroa escribe:
"Por la mañana, estando el
altar y la iglesia adornados para fiesta principal, repicamos las campanas.
Junto a todo el pueblo dijo la misa cantada el Padre Roque.
Después de quitarse los ornamentos
nos acercamos, uno tras otro, a besar la mano al Padre y a despedirnos de él.
Después lo abrazamos con mucha ternura y afecto, prometiéndonos todos una
misión alegre y feliz. Fui acompañando al Padre Roque hasta un riachuelo que
hay lejos. Ahí nos volvimos a despedir con mucho afecto".
Roque lleva en sus brazos la imagen
de la Inmaculada que le ha donado el P. Diego de Torres. El la llama
cariñosamente la Conquistadora.
La entrada en el río Uruguay es
tranquila. Roque escribe: "Todos los caciques vienen a darme la bienvenida
y a decir que se alegran de mi llegada".
Su amigo, el P. Diego de Boroa
agrega desde Itapuá:
"Con gusto los caciques han
salido a hablar al Padre Roque. Anteayer recibí una carta suya en que me dice
que ya ha encontrado un excelente sitio para la reducción. Tiene
monte airoso y buena vista. Está a una
legua pequeña del río Uruguay. Los caciques quieren que haga allí una capilla
con campana".
El P. Boroa, para ayudar en la
construcción, envía carpinteros. El 8 de diciembre está ya levantada la cruz, la pequeña iglesia y el
campanario. Por ser la fiesta de la Inmaculada la nueva reducción recibe el
nombre de Concepción. La Conquistadora tiene su templo.
La
canonización de Ignacio y Francisco Javier
Para esta fecha solemne, el 12 de
marzo de 1622, Roque González es llamado a la ciudad de Asunción. Hasta allí
viaja con el célebre cacique Guarecipú, sus cristianos y catecúmenos.
Roque organiza a los niños para la
fiesta de sus Padres fundadores. Los distribuye en dos bandos. Uno de
cristianos y otro de paganos. Los dos grupos simulan una batalla. Los infieles
van vestidos con ricos plumajes y armados con arcos y macana. Los cristianos
pelean con una cruz. La música de las flautas, violines y tambores regula los
movimientos de los niños. Se juntan, se separan, avanzan, retroceden. Al fin la
victoria es de los cristianos. Los vencidos son llevados entonces ante las
autoridades que están presentes, pero ellos corren al altar de San Ignacio y de
San Francisco Javier donde dan gracias porque son sus hijos los que han
introducido el cristianismo en sus tierras. La fiesta termina con el bautismo
solemne de veintitrés catecúmenos.
La Reducción
de San Nicolás
Roque es incansable. En algunos
meses comprende que la reducción de Concepción está ya muy sólida. Es
importante, entonces, seguir en pos de los indios.
Sobre el río Piratiní, un afluente
del Uruguay, descubre un sitio excelente. Es el día de la Invención de la Santa Cruz , el 3 de
mayo de 1626.
Celebra la primera misa y dedica la
nueva fundación a San Nicolás. Es una delicadeza, en honor al nuevo provincial,
el P. Nicolás Mastrilli.
Este es el informe del P. Mastrilli
a Roma:
"Esta es la segunda Reducción
que el Padre Roque González funda en el Uruguay. Dista siete leguas de
Concepción. Está en el río Piratiní, que deja sus aguas en el Uruguay. En el
día de hoy tiene quinientas familias. La tierra es fértil y apta para un gran
pueblo. El cacique principal ha dado muestras de constancia y gran
diligencia".
La visita que hace el Provincial a
la nueva reducción es todo un acontecimiento.
"Fue tal la alegría de todos
los indios, que obligado yo a pasar la noche algo lejos del pueblo, ellos la
gastaron toda entera en hacer fiestas y regocijos. Atronaban los campos con el
estruendo de sus instrumentos. Por la mañana vinieron a recibirme y acudieron
tantos a besarme la mano, que me vi en peligro de ser ahogado en el tumulto.
Los dos Padres que iban a mi lado los moderaron".
En Buenos
Aires
En 1617, el rey divide la antigua
región del Río de la Plata en dos provincias. Una tiene por capital a la ciudad
de Asunción y recibe el nombre de Guairá. La otra conserva el nombre antiguo y
tiene por capital a Buenos Aires. El río Uruguay pertenece a la segunda.
En septiembre de 1623, don Francisco
de Céspedes gobernador de Buenos Aires pide hablar con el Padre Roque, pues
desea favorecer sus planes.
Roque viaja, con gran esperanza. El
P. Provincial informa a Roma: "No se puede decir el regocijo de todos los
Padres y en particular del Padre Roque González, viendo que Dios lo convidaba
por donde jamás imaginó. Se abre una puerta que él no había, hasta ahora, de
romper con tantos trabajos".
El P. Roque llega a Buenos Aires el
24 de junio de 1624 con algunos indios que trae de su Reducción, "como
muestras y primicias del Uruguay". El gobernador lo recibe amablemente. Le
da en nombre del rey amplia facilidad y poder, sin limitación y restricción
alguna, para que haga fundaciones y funde todas las reducciones posibles
pudiendo poner en ellas las autoridades que desee. En realidad, es una entrega
formal a la Compañía de Jesús de toda la provincia del Uruguay.
El gobernador solicita al rector del
Colegio de Buenos Aires que envíe a otros jesuitas para las nuevas reducciones
del Uruguay.
Las
Reducciones de Yapeyú y San Francisco Javier
A su regreso al río Uruguay, Roque
se entrega por entero a la fundación de dos reducciones: San Francisco Javier y
Yapeyú.
La Reducción de San Francisco Javier
tiene un desarrollo modesto. Algunos altercados con los españoles entorpecen
los ánimos de los indios. Después la tensión disminuye al intervenir el
gobernador. Esta es la
tercera Reducción del Uruguay. Su nombre recuerda al gran
apóstol de la Compañía de Jesús y no menos al gobernador de Buenos Aires, don
Francisco Javier de Céspedes.
En 1627, el día 6 de enero, queda
iniciada la Reducción de Yapeyú de los Reyes. Años más tarde pasa a ser el
centro musical de las reducciones: escuela de música para los indígenas y
fábrica de instrumentos musicales. Al poco tiempo en Yapeyú existe la mejor
orquesta entre las colonias de España. El jesuita Antonio Sepp introduce el
órgano con pedales, y lo construye en serie. También el arpa que es el
instrumento nacional del Paraguay.
Superior de
las Misiones del Uruguay
A fines de febrero de 1627, el
provincial Nicolás Mastrilli designa a Roque González como Superior de todas
las Misiones junto al río Uruguay. Además le encarga extenderse a los indios
ubicados en las riberas del río Ibicuití.
Como preparación, funda la Reducción
de la Candelaria, el 2 de febrero de 1628. Esta reducción es difícil. Pronto
queda destruida al ser atacada por los indios tapies.
"Hice lo que pude. Arriesgué mi
vida dos veces para no desamparar a esas pobres almas. Todo lo que yo trazaba,
se deshacía. Se armó todo el infierno en contra mía. Bien puedo decir, con
verdad, que mis trabajos y peregrinaciones nunca han sido tan duros como en
esta reducción del Ibicuití y del Tapé".
Pero no ceja, la vuelve a refundar
tierra adentro, partiendo de San Nicolás.
Un buen
Superior
Roque González es un buen Superior.
Tiene gran prestigio entre los misioneros a su cargo. Con cariño y sentido
paternal decide organiza mejor todo su territorio.
Coloca al P. Pedro Romero, su
compañero de últimos votos, a cargo de la Reducción de Candelaria. El P. Andrés
de la Rúa, un español joven, quien recién ha terminado sus estudios, queda en la de Yapeyú de los Reyes.
El P. Miguel de Ampuero, un peruano generoso, va a la de San Francisco
Javier. Los sacerdotes Diego de Alfaro, panameño, y Tomás de Ureña, español,
quedan en Concepción. Los Padres Juan del Castillo, que ha vivido en Chile, y
Alfonso de Aragona son destinados a San Nicolás de Piratiní.
La actividad del P. Roque parece
salirse de su cauce siempre correntoso.
En el Caaró
A fines de octubre de 1628, Roque
sale de Candelaria, con el P. Alonso Rodríguez al nuevo puesto del Caaró. En el
mes de agosto ha decidido el traslado del P. Juan del Castillo a un sitio
cercano a Yjuhí para establecer allí la Reducción de la Asunción.
El 1 de noviembre, en el Caaró,
Roque levanta la cruz y bautiza a tres infantes. Consagra la Reducción a
"Todos los Santos".
Desde ese día, hasta el quince, una
gran parte de los caciques comarcanos visita a los padres. Los caciques vienen
a tratar los medios para establecerse en la Reducción. Todo
parece marchar muy bien.
Sin embargo el cacique principal de
Yjuhí, llamado Ñezú, se opone. Es una oposición tenaz al plan del P. Roque. No
tolera abandonar la hechicería, la poligamia y aceptar el cristianismo.
Ñezú hace junta con los suyos en su
poblado de Yjuhí y los persuade para eliminar a los Padres. Así podrán todos
dejar la fe cristiana. Finge acatamiento. Envía al cacique Caarupé y a otros
dos indios al Caaró. La orden es matar a los Padres Roque González y Alonso
Rodríguez.
El martirio a los 52 años de edad.
El cacique Caarupé y su gente
asisten, el 15 de noviembre de 1628,
a la misa y a la ceremonia solemne de instalación de la campana.
El Padre Roque termina la santa
misa. De rodillas da la acción de gracias. Un muchacho paraná, entretanto, hace
los agujeros en el mástil.
El Padre Roque sale de la capilla,
sonríe y se inclina para dejar bien atado el badajo. Al verlo en esa posición,
Caarupé hace una señal al indio Maranguá. Este descarga sobre la cabeza del
padre un golpe con el itaizá, o hacha de piedra. La muerte es instantánea.
El joven paraná, horrorizado, corre
a donde está el P. Alonso
Rodríguez que se prepara a su vez para la misa. Al ruido y
alboroto, ya están en la puerta de la iglesia. Sólo
alcanza a decir: "¿Qué han hecho, hijos, qué hacen?". A golpes de itaizá
le deshacen el cráneo. Cae muerto en la misma puerta de su querida capilla. El
muchacho paraná monta en su caballo veloz y huye a Candelaria.
Caarupé vuelve hacia el cadáver de
Roque. A golpes de itaizá le destruye la cara. Los dos cuerpos
son introducidos en la
iglesia. Entonces , destruyen y roban.
La Conquistadora queda en jirones,
el cáliz en pedazos, el misal destruido y el crucifijo roto. Después Caarupé
pone fuego a la casa y a la iglesia.
Un cacique, amigo de los padres,
protesta. También él cae muerto a golpes de itaizá. Todo es quemado.
Después, dos emisarios, en veloz
carrera, se dirigen a Yhují a dar la noticia al gran jefe Ñezú. Caarupé y sus
indios se dirigen hacia la Reducción Candelaria para matar a los otros
jesuitas.
El día 17 de noviembre, en la
Reducción de la Asunción, Ñezú ordena la muerte del P. Juan del Castillo.
La
glorificación
Avisado por el muchacho paraná, el
P. Pedro Romero, en Candelaria no tiene miedo. Envía emisarios a los demás
jesuitas y él pone en camino a sus
indios hacia el Caaró. Los guaraníes sólo encuentran cenizas. Recogen los
restos quemados del Padre Roque. El corazón está intacto. Reúnen las reliquias
del P. Alonso
Rodríguez en otra sábana.
En Asunción, la ciudad natural de
Roque, la conmoción es enorme. La población llena la catedral. Los
asuncenos no tienen dudas. Desde el primer momento, a los tres, los llaman los
"santos mártires". Don Pedro González de Santa Cruz, el hermano sacerdote,
preside las honras fúnebres.
Los procesos canónicos comienzan
casi de inmediato, en Asunción, Buenos Aires y en Corrientes con rogatorias a
Santa Fe y las Reducciones.
Los decretos del papa Urbano VIII
postergan las decisiones. La supresión de la Compañía de Jesús los deja casi en
el olvido. Pero los fieles siempre recuerdan a los que consideran santos.
Roque González de Santa Cruz fue
beatificado en Roma por el papa Pío XI el día 28 de enero de 1934 junto a sus
compañeros Alonso
Rodríguez y Juan del Castillo.
La canonización de los "tres
santos mártires", el papa Juan Pablo II decidió efectuarla solemnemente en
Asunción del Paraguay, cuna de las Reducciones jesuitas. La ceremonia con
inmenso gentío tuvo lugar el día16 de mayo de 1988.
CORAZÓN INCORRUPTO DE ROQUE:
Su corazón fue llevado a Roma y volvió después de 300 años a Buenos Aires. En el año 1965 retornó definitivamente a ciudad natal Asunción y está expuesto en la capilla de los Santos Mártires de la Parroquia Cristo Rey en Asunción, Paraguay.
En el 2013 celebramos los 25 años de la Canonización de los Santos Mártires y el corazón recorrió todas las catedrales de las diócesis del Paraguay, desde Mayo.
El Representante del Papa, el cardenal Claudio Hummes vendrá para el 15 de Noviembre del 2013 a clausurar el año de la fe y celebrar los 25 años de la Canonización de los Santos Mártires y de la visita del Papa Juan Pablo II al Paraguay.
Se cumplen 385 años del corazón incorrupto del corazón de San Roque y está presente entre nosotros.
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